La mejor experiencia con la pornografía la viví en una función continuada en el Cine Country, en el año 1982. Las películas pornográficas nunca fueron mi pasatiempo favorito. Creo que me asustaba la enormidad de un sexo, masculino o femenino, ya que siempre me encantó sentarme en la primera fila del cine. Me asustaba también la oscuridad, que cumplía el papel de cómplice del deseo de un grupo de desconocidos con un objetivo común: exacerbar su libido pública y clandestinamente.
¿Cómo es posible conciliar esta contradicción aparente? Es más fácil ser clandestino que público, pero más fácil aún es ser públicamente clandestino. Deleitarnos de placer sin vernos las caras es, al parecer, nuestro deporte favorito.
El primer episodio de la doble función fue una tortura para mí. Un director de televisión hace el casting para el papel principal de una película, con criterios matemáticos (diámetro y profundidad) en vez de actorales.
En el intermedio, se prende la luz y un joven vestido de karateca sube al escenario. Nos anuncia que hará una demostración pues necesita recolectar fondos para viajar a un campeonato sudamericano de Kung Fu. La música empieza y con ella, la demostración, artística y marcial. En el climax de la coreografía, ensaya un doble mortal. Cae mal y queda tendido. No reacciona. Nos vemos obligados a subir, atenderlo, llamar una ambulancia. El joven es retirado inconsciente por dos enfermeros que bien pudieron salir de entre los asistentes.
La luz sigue prendida. Nos miramos las caras por unos segundos y automáticamente empiezan los silbidos, reclamando la última parte del show.
La luz cae y la función continúa.
¿Cómo es posible conciliar esta contradicción aparente? Es más fácil ser clandestino que público, pero más fácil aún es ser públicamente clandestino. Deleitarnos de placer sin vernos las caras es, al parecer, nuestro deporte favorito.
El primer episodio de la doble función fue una tortura para mí. Un director de televisión hace el casting para el papel principal de una película, con criterios matemáticos (diámetro y profundidad) en vez de actorales.
En el intermedio, se prende la luz y un joven vestido de karateca sube al escenario. Nos anuncia que hará una demostración pues necesita recolectar fondos para viajar a un campeonato sudamericano de Kung Fu. La música empieza y con ella, la demostración, artística y marcial. En el climax de la coreografía, ensaya un doble mortal. Cae mal y queda tendido. No reacciona. Nos vemos obligados a subir, atenderlo, llamar una ambulancia. El joven es retirado inconsciente por dos enfermeros que bien pudieron salir de entre los asistentes.
La luz sigue prendida. Nos miramos las caras por unos segundos y automáticamente empiezan los silbidos, reclamando la última parte del show.
La luz cae y la función continúa.