viernes, 9 de noviembre de 2007

Jalowin


31 de octubre de 1975, Villa Militar de Arequipa. Cae la tarde en el parque y uno de los amigos pregunta si vamos a salir a pedir Halloween. ¿Halloween?, nunca antes había escuchado esa palabra. Nos explican a mi hermano y a mí que hay que disfrazarse para pedir dulces y si no te los dan, puedes tomar represalias: pintar algo en la puerta, tirar huevos a la casa o retumbar sus ventanas.

Hasta ese momento, toda nuestra infancia había transcurrido entre libros rusos, el Pedro Ruiz Gallo (colegio para hijos de militares) y villas militares. Dos meses antes, Velasco acababa de ser destituído por un grupo de generales que prometían el pronto regreso a la democracia. Velasco siempre me había caído bien y si bien no entendía mucho de lo que pasaba, la reforma agraria y la promesa de una revolución peruana me sonaban muy bien.

Halloween también me sonó muy bien, no creo que por el disfraz o los dulces, si no quizás por la posibilidad de poder romper el orden establecido. Mi hermano y yo fuimos juntos a pedir permiso pues la cita era a las 8 de la noche en el parque.

Mis padres casi se caen de espaldas. No entendían de donde había salido esta costumbre gringa ni por que ahora de pronto, queríamos entregarnos a disfrutarla. Lloramos desolados. El chantaje funcionó. Nos dieron el permiso y salimos a encontrarnos con el resto del grupo.

El fin de semana siguiente recibimos de regalo un libro que en esa época era muy popular, sobre todo en un país que estaba viviendo, o sobreviviendo, una revolución: Para leer al Pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo de Dorfman y Mattelart.

Tres años más tarde, mi padre fue becado a EEUU y viajamos todos por 15 meses a Leavenworth, Kansas. Estudié 2do de media en un colegio público y pude finalmente, conocer Disneylandia.



Imagen tomada de aquí

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