sábado, 6 de septiembre de 2008

Bailando me da sueño


Al compás de Ruli Rendo y su pa que te piquen los pollos, debuté en las fiestas no infantiles a los 12 años. No sabía ni que ponerme (en mi colegio estaba de moda usar borceguíes y por darle la contra a mi vieja me los puse) y nunca había bailado si no con mi hermano o con mis primos. Corrección. Si había bailado alguna vez en una yunza y con dos mujeres a la vez: mi madre y mi tía.


Llegué temprano por recomendación de la mancha, para pasar revista a la revista, la última Playboy que alguien encontró refundida en el closet de su viejito. Calatas van y calatas vienen, interrumpimos el aquelarre de campamento cuando la mamá de nuestro anfitrión nos avisó a gritos que habían llegado las chicas, con la histeria, autoridad y seguridad de saber en que andábamos, todos encerrados con llave, en el segundo piso.


Las chicas. La verdad que 30 años después me da cierta vergüenza el zapping mental tan abrupto: de Candace Collins (a) Miss December 1979, a las primas de mis amigos. Las chicas. Yo sabía que crecían más rápido que nosotros pero no estaba preparado para verlas tan reales, tan grandes y tan cerca. Más cerca que el mismísimo papel couché.


La vieja de mi amigo. A manera de venganza nos obligó a salir al ruedo inmediatamente, emparejándonos a la fuerza, subiendo el volumen y aplaudiendo como loca. Si veía a alguien a punto de tirar la toalla, más se ensañaba con él. Hasta que me tocó a mi. Puso en el tocadiscos Hotel California, me tomó de la mano y me buscó la peor pareja de toda la fiesta: una quinceañera que me llevaba una cabeza, rechoncha y con unas tetas enormes.


Apenas la cogí de la cintura me di cuenta del problema en que andaba metido. Empecé a temblar, a sudar y a girar nerviosamente como trompo borracho. Miraba de un lado a otro evitando darle cara a esta mujer niña que me aterrorizaba con su colonia barata, su chompa de alpaca y sus rulos largos y negros. La música desaparecía poco a poco, cediendo espacio a las risas, uuuiiiuuuuus y rechiflas histéricas.


En el clímax de la chacota y al borde del desmayo, la gordita se apiadó de mí. Me cogió con firmeza de los hombros, me obligó a mirarla a la cara y me dio un inocente beso en la boca. Silencio total. Por varios segundos, floté, suspiré y hasta escuché a Candace Collins (a) Miss December 1979, lindisima, brillante y calata, pronunciando mi nombre detrás de la puerta de mi cuarto. Al fondo, alcancé a oir, in crescendo, Welcome to the Hotel California, such a lovely place, such a lovely face....


Su chompa me picaba y sus rulos se pegaban a mi cara sudorosa. Antes de que pudiera creer lo que había pasado, mi cachete derecho estaba ya reposando, triunfante, en las tetas de mi gordita. Las Águilas se despedían en fade y yo entraba al mundo de mis sueños.





Imágenes tomadas de aquí y aquí