Al compás de Ruli Rendo y su pa que te piquen los pollos, debuté en las fiestas no infantiles a los 12 años. No sabía ni que ponerme (en mi colegio estaba de moda usar borceguíes y por darle la contra a mi vieja me los puse) y nunca había bailado si no con mi hermano o con mis primos. Corrección. Si había bailado alguna vez en una yunza y con dos mujeres a la vez: mi madre y mi tía.
Llegué temprano por recomendación de la mancha, para pasar revista a la revista,
Las chicas. La verdad que 30 años después me da cierta vergüenza el zapping mental tan abrupto: de Candace Collins (a) Miss December
La vieja de mi amigo. A manera de venganza nos obligó a salir al ruedo inmediatamente, emparejándonos a la fuerza, subiendo el volumen y aplaudiendo como loca. Si veía a alguien a punto de tirar la toalla, más se ensañaba con él. Hasta que me tocó a mi. Puso en el tocadiscos Hotel California, me tomó de la mano y me buscó la peor pareja de toda la fiesta: una quinceañera que me llevaba una cabeza, rechoncha y con unas tetas enormes.
Apenas la cogí de la cintura me di cuenta del problema en que andaba metido. Empecé a temblar, a sudar y a girar nerviosamente como trompo borracho. Miraba de un lado a otro evitando darle cara a esta mujer niña que me aterrorizaba con su colonia barata, su chompa de alpaca y sus rulos largos y negros. La música desaparecía poco a poco, cediendo espacio a las risas, uuuiiiuuuuus y rechiflas histéricas.
En el clímax de la chacota y al borde del desmayo, la gordita se apiadó de mí. Me cogió con firmeza de los hombros, me obligó a mirarla a la cara y me dio un inocente beso en la boca. Silencio total. Por varios segundos, floté, suspiré y hasta escuché a Candace Collins (a) Miss December 1979, lindisima, brillante y calata, pronunciando mi nombre detrás de la puerta de mi cuarto. Al fondo, alcancé a oir, in crescendo, Welcome to the Hotel California, such a lovely place, such a lovely face....
Su chompa me picaba y sus rulos se pegaban a mi cara sudorosa. Antes de que pudiera creer lo que había pasado, mi cachete derecho estaba ya reposando, triunfante, en las tetas de mi gordita. Las Águilas se despedían en fade y yo entraba al mundo de mis sueños.
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